jueves, 24 de julio de 2014

Viviendo el sueño (VI)

Regresamos al hotel. Entramos a la habitación e inmediatamente sentí el olor a húmedo, característico de toda habitación barata. La soberana TV de hace 15 años colgada en la pared. Las sábanas amarillentas convertidas en cortinas. El cloro del baño y las camas abusadas por fornicadores europeos con nuestras mochilas encima seguían intactas, como una fotografía sin valor. Los ojos me pesaban y lo único que quería era dormir. Escogí la primera cama, la que estaba más cerca de la ventana pues la oscuridad es una de las innumerables cosas que me aterran. Como plan de contingencia, dormí con el teléfono bajo la almohada (nunca se sabe cuando el pánico puede volverse real). Me tiré boca abajo sobre la cama. La habitación giraba. Prendieron un spliff. Lo supe por el olor a tabaco. Ritmoson era mi música de fondo; mi lanchita de madera celeste despintada que me llevaba en olas tan suaves como las que deja mi remo cuando me impulso para llegar a la orilla del lago. Regreso a la habitación. Siguen fumando pero ya no hablan de nada, solo ven a Inna hacer lo suyo. Probablemente la desean, o al menos desearían agarrarse el paquete. Me doy vuelta, me rasco una nalga y me voy en olas hasta quedar profundamente dormido.


martes, 1 de julio de 2014

Viviendo el sueño (V)

Cuando recién llegamos al pueblo, nos la llevamos un rato de mochileros-europeos. Como si realmente no nos importara dormir en una cama de 10 quetzales al ras del suelo porque nuestra búsqueda espiritual era más grande que cualquier obstáculo terrenal. Tampoco éramos turistas gringos, todos viejos, excéntricos, arrugados y retirados; con dinero suficiente para recorrer el mundo a nuestras anchas sin pena, hospedándonos en los mejores hoteles y hartándonos de las mejores comidas. No. Éramos turistas de ciudad. Con un presupuesto limitado y con toneladas de responsabilidades a tan solo 300 kilómetros del pan de banana aunque fuéramos un grupo perdedores desempleados sin gracia ni talento.

De primero elegimos un hotel atendido por un señor indígena. Mala decisión. El hotel cerraba a las 11 de la noche y nunca nos hubiéramos enterado de no ser por el hermano de Selvin. Fue una pérdida de dinero. Los intentos de negociación con él fueron tan inútiles como los Acuerdos de Paz. Era un doncito ya entrado en edad quien nos atendió: era terco y bastante amargado. Enojado y sin ganas de vender ni de entender razones. Nos trataba como enemigo aunque fuéramos los únicos clientes del hotel. —Ustedes niños caprichosos, lo quieren todo su manera y su  gota del hotel ya está pagada pues, aja… Y eso ya una vez que ustedes me contractaron ya no se puede dar paso atrás por lo establecido — Pudo habernos dicho de todo, insultado con las peores palabras, con las palabras más ofensivas jamás escritas por los pandilleros del lago, pero Dios me guarde, ampare y proteja si le digo “indio” más un adjetivo calificativo. Al final conseguimos que nos devolviera la mitad de nuestro dinero. A la vuelta de la esquina, frente una carreta de pollo frito nadando en aceite reciclado encontramos un mejor hotel al mismo precio.

Todavía me acuerdo cuando viví aquí, vos— Me dijo Serch con tono somnoliento después de ponerse la mejor ropa pinta para encajar con el resto de pseudo hippies que pululaban por todo el pueblo. —Aquí no es como en la capital. Aquí nadie te chinga. ¿Ya ves? Ando descalzo y aquí la mara como si nada— Tenía razón. Aún recuerdo lo impactante que fue ver a un ridículo sin camisa correr por toda La Reforma. —Si te fijás, la gente anda fumigando tranquila por todo el lago y la policía no les dice nada. No chinga. Como no se arman vergueos, todos tranquilos porque tpdos se conocen entre todos— Serch era una de esas personas interesantes durante los primeros 10 minutos. Luego, tanto dato y tanta sabiduría, aturde hasta el más paciente de los broders.

Tuvo la oportunidad de conocer Alemania gracias a una enamorada que lo marcó de por vida. Uno de esos amores que no se superan ni por más agarres o chimes que se tengan. Una de esas traídas que SIEMPRE recordás en cualquier borrachera de banqueta. Y junto con los recuerdos de la alemana siempre vienen acompañados las infinitas memorias de la vida cosmopolita en Berlín y la comparación entre los 2 países, además de una extensa lista de soluciones que él le impusiera a nuestro gobierno para reducir la brecha cultural de 30 años luz a tan sólo 5. Alemania es algo que nunca faltará en su repertorio de conversaciones.


Seguía hablando de las esculturas en Alemania, de los museos inimaginables y de la roca de 8 metros donde se tiró al lago la última vez. Hablaba mezclado, lleno de propiedad y un toque de soberbia sobre San Pedro La Laguna y Berlín. Datos, hechos, fechas históricas y relatos de su vida pasada llenaban el silencio apaciguado de algunas calles. Al fin le pregunté ‘Vos y… ¿Cuánto tiempo viviste aquí en San Pedro?’
—Ah, dejame ver… Como una semana, más o menos— UNA SEMANA. ¡UNA SEMANA! ¡UNA PUTA SEMANA! Me sentí estafado. Si estar una semana en otro lugar es vivir, díganme ‘el gringo guanaco’.