martes, 11 de marzo de 2014

Top 10 andadas en nada (II)

Siempre es un excelente día para estar en nada. Estar en ni mierda. Estar en algo o estar sobre alguien. Cualquier hora de cualquier semana de cualquier mes de cualquier año es perfecto para vivir un asco de vida. Ser torpe e incómodamente social


5. Actuá cool
Necesitaba con desesperación algo de acción. Quería sexo salvaje, pero me conformaba con lo que fuera. Un trabajo manual, un agarre, una foto en tanga o mínimo que se lamiera los labios y me viera lascivamente. Lo que fuera pero que fuera más de lo que tuviera.

Estaba afuera de un bar genérico en la zona 10, hablando a solas con ella. Me vendí como el macho espectacular que no soy. En contexto, era como un cazador forajido y extranjero cazando una presa fácil con las herramientas incorrectas.

Presumía sobre mis habilidades para tocar guitarra, diseñar y crear estrategias de marketing del Siglo XXII. ¿Deportes? Tema cubierto: un MALDITO jugando billar y entre casaca y casaca; entre chela y chela, iba soltando sutilmente la sopa sobre el mítico dios sexual que era Speedy.

Todo iba muy bien, muy lubricado, muy alerta hasta que los nervios y la emoción por tener a mi presa amarrada y ya casi lista para llevar al matadero me dan el golpe traidor. En un segundo, mi vaso plástico de cerveza, se resbala de mi mano y cae al piso, manchando su  apretado pantalón y sus hermosos, sensuales y calientes tacones rosas.

La presa se escapó y yo me quedé con lo mismo que tenía... Más otra historia vergonzosa.



4. ¡UY, flaca!
Soy un estudiante pálido, desnutrido y de pelo largo. Si me parara en la Montúfar cobrara con tarifa VIP, soy bastante femenino desde muchos ángulos.

Todo el tiempo me confunden con mujer. En los parqueos, en las gasolineras, en las garitas, en los autobancos y... En casi cualquier lado.

En cualquier esquina, habemos hombres, deseosos de ver carne y chulear a cualquier patoja. CUALQUIER PATOJA. Los estándares bajaron tanto que en el Infierno tuvieron que hacer un sótano para poner los nuevos estándares. Lo sé porque lo viví en carne propia.

Afuera del edificio donde trabajo hay una tienda. Una tienda de barrio, común y corriente. Igualita a las Eben-Ezer, El Divnio Maestro o Regalito De Dios. Todas las tiendas de barrio son la misma historia en un cuento diferente.

Iba caminando despreocupadamente, revisando alguna estupidez en mi teléfono sin darme cuenta que atrás de mí, un donsito con una caja intentaba rebasarme para llegar más rápido al carro y guardar esa caja pesada.

Con buena o mala intención, decidió advertirme sobre su paso, diciéndome "permiso, flaca". Inmediatamente voltié a ver para ver de qué se trataba. Hubo un terrible momento incómodo, sobre todo para él. Yo me sentía ligeramente incomodado y después muy feliz al ver como le cambió la cara al viejo verde.

— No, no, perdón vos, es que no te vi bien por la caja
— Jaja. No hay problema. Me pasa todo el tiempo
— Nombre, disculpá, que pena.

Intentó sacar el clavo dándome la mano, pero seguía distráido y agarró mi mano a la mitad del camino, haciendo un saludo debil el cual me dejó adolorida mis manitas de niña. [Quizás por eso me gusta tocarme tanto...]



3. Mijo, te arreglé tu cuarto
Desperté un domingo, con una goma espesa. De esas que te pesan y te matan lentamente todo el domingo. No quería existir. No quería nada. Sólo quería agua pura, tocino y ver alguna serie insulza de Internet.

Abrí mi computadora. El brillo blanco quemó mis ojos todavía rojos. Restregué mis puños contra mis ojos cerrados para enfocar mejor.

Me quedé chino para corregir lo borroso de tanto frotarme los ojos. Cerré y abrí los ojos rápidamente. No entendía que estaba viendo. Después de asimilar la luz, me acerqué despacio al monitor intentando descubrir que eran esas manchas negras que se movían por toda la pantalla. ¿Pixeles muertos? ¿Rayones?. No. Se mueven muy rápido.

Me di cuenta que no estaban sólo en la pantalla. Estaban en mi cama, en mi escritorio, en el teclado, en todos lados.

Eran hermosos gusanos de polilla. Bendiciones de polillas viendo la luz. El milagro de la vida es hermoso, sobre todo si es un domingo donde sólo quería morir por tanta goma.

Le conté mi mamá y sin pensarlo 2 veces, al día siguiente, junto a las 2 empleadas domésticas limpiraron mi cuarto. De izquierda a derecha. De arriba a abajo, literalmente. Los gusanos de polilla colgaban del ventilador en grandes y delgados hilos por donde descendían hasta compartir el piso, la computadora y la cama conmigo.

Creo que nunca evalué el riesgo implicado en dejar a mi mamá a cargo del orden de mi cuarto. Naturalmente TODO mi cuarto estaba impecable. TODO, incluyendo mi mesa de noche... En donde en un gesto incómodamente maternal arregló la gabeta de mi mesa de noche, después de limpiar toda el "caldo" de marihuana que había estado ahí desde hacía 3 años. Ya no había ni una ramita o alguna semillita sonta vagando por ahí.

Es más, dejó todo perfectamente ordenado. En la esquina izquieda, estaban los condones estratégicamente colocados detrás del lubricante. Un poco más atrás estaba el octavo de quetzalteca a la par de 5 cajetillas de Lucky Strike y enfrente del octavo empezado de quetzaletca, a la derecha de los condones y el lubricante estaban los 5 canchinflines que mi hermano menor me había regalado hace un año.

¿Habrá sido su intención decirme que proteja mi canchinflín?




2. Justo en el orgullo
Desde que me quedé sin quien platicar en clase porque ya todos mis amigos cerraron y considerando que mis habilidades para socializar en ambientes libres de alchohol y tabaco son pésimos, no acostumbro hablarle a nadie en la clase.

Mi zona de confort está dentro de mi hoodie negro, desteñido y deshilachado; una talla más grande. Ahí me siento cómodo, baboseando en el teléfono y haciendo dibujitos en los márgenes de los cuadernos.

Ese día llegué tarde. Había una presentación y por diplomacia (o por chiveado) entré por la puerta de atrás. Me senté en una esquina e ignoré el resto de la clase.

Al final del período, la licda decidió realizar un sorteo para ver quién era el afortunado en presentar el siguiente período.

Me tomé mi tiempo, quería ser el último en salir. Sabía que si era el último tendría menos probabilidades que fuera yo el elegido a presentar. O eso creía. No podía ni quería colarme en la fila formada al frente de las nuevas pizarras de marcador. Para salir del aula era requisito obligatorio tomar un papelito. Los papelitos sin nada eran salvadores. El papelito marcado era una sentencia.

Tenía que atravesar la clase de un extremo a otro. Ya todos estaban formados en la fila al frente de la clase. Para atravesar el aula tenía que pasar sobre los asientos del pupitre, apoyándome en la cabecera del pupitre de adelante y la mesa del pupitre de atrás.

Pasé el primer pupitre con éxito y sin complicaciones. El segundo también. Lo mismo con el tecer y cuarto pupitre. Ya había cruzado media clase. Solo necesitaba cortar 2 hileras más de escritorios para formarme al final de la cola. Nadie me ponía atención. El aula estaba concentrada en la suerte de los papelitos.

Llegué a la quinta hilera de escritorios. El escritorio que ajustó alguna cuenta pasada mía. Tal vez haya sido Karma resagado, tal vez fue mala suerte. Fue divertido... Y vergonzoso.
Al apoyarme en la mesa del pupitre de atrás, sentí como esa había sido una mala decisión. Lo vi venir. El pupitre de atrás no aguantó mi peso porque estaba mal colocado.

El pupitre de atrás se hizo para adelante. Yo me fui hacia la izquierda, el mismo lado donde me había apoyado. Caí 1 pupitre y boté el otro... En frente de toda la clase, incluyendo la catedrática que siempre ha creído que soy un pésimo estudiante. Nadie quedó sin reír, excepto mi orgullo.

Me gusta usar hoodies, me siento en mi zona de comfort.




1. No quiero saber qué estás haciendo
La calentura no perdona. Grandes personajes históricos han cruzado ríos, lagos, continentes sólo para llegar al núcleo de su amada.

Los entiendo. He cruzado una ciudad de extremo a extremo sortenado taxis, motos, camionetas, camiones, panelitas y peatones imprudentes solo para tener quien me  baje la mostaza a puras exprimidas. Ni el denso tráfico de un viernes decembrino o la escasez de presupuesto me quitaban las ganas o la emoción.

Tener el pelo largo es un problema. Tema aparte es ser confundido con mujer constantemente. Tener el pelo largo es un compromiso con todo el cuerpo. Lo descubrí ese día. Un día agitado de tanta vacación.

Usualmente tomo mucho tiempo en la regadera para meditar sobre las grandezas de la vida. Mis mejores ideas las han surgido bajo el vapor y agua caliente de la regadera. El agua caleinte afloja mis ideas; las hace crecer como una semilla. Ese día no tuve tiempo para pensar. A penas tuve tiempo para ehcarme todas las cosas que una mujer debe echarse en el pelo. Tener el pelo largo es algo que se le debe admirar a las mujeres.

Por más intento mi cabello sigue siendo un desastre pashtoso, esponjoso y alborotado. Ese día necesitaba mucho tiempo. Necesitaba tiempo para deshacerme de una borrachera. Tengo un problema con las bebidas... Las bebidas con lactosa. Con toda la lactosa. Maldita lactosa, los patronos toleran hasta a sus peores empleados, no entiendo porque mis enzimas no son toleradas. Cada vez que las pongo a convivir resulta en una cruzada en mi estómago. En mi intestino recorren víctimas y perseguidores, unos tratando de regresar de donde vinieron y otros tratando de escapar.

Estaba a poos kilómetros de llegar a mi destino, al núcleo de mi (m)amada. Pero habían 2 cosas que me molestaban, además del tráfico innecesario y la incesante, inadvertida luz de reserva en el tablero. La primera era esa intensa cruzada en mi sistema digestivo. La segunda era... Un grupo de cabellos rebeldes que decidieron revelarse, caerse y atorarse justo en mi instrumento. Sí, mi instrumento que pronto sería tocado por las manos de una dulce doncella atrapada sola en su castillo de block, hierro y barrotes en las ventanas.

Conocía el lugar y sabía que un poco más adelante había una gasolinera con baño y una farmacia enfrente. El plan era sencillo: iba al baño, desalojaba a los intrusos cabellos de mi cabeza de la "otra" cabeza, le ponía fin a la cruzada, echaba gasolina, compraba un enzima digestiva y seguia con el plan original.

Debí haber pensado en un plan de contingencia. No suelo descargar en otros baños que no sean los de mi casa, sin embargo, este era un caso que merecía observación especial. Era todo o nada, quien no arriesga no gana. Así que... Desabroché mis pantalones, tapicé el asiento con el grueso papel de baño de gasolinera y me senté a la espera de matar a todos aquellos que estuvieran peleando en el mapa de mi estómago, intestino y alrededores. Nada ocurrió. Fue un falso positivo, falsa alarma.

Decidí limpiar el desastre con más papel grueso de gasolinera. Me levanté triunfador de saber que todo había terminado mejor de lo que esperaba. Subí mi pantalón y recordé que todavía tenía el otro problema de los cabellos rebeldes. Así que empecé a extraerlos con mucho cuidado. Con una mano operaba y con la otra seguía sosteniendo el grueso papel de gasolinera.

Estaba concentrado en lo mío. De golpe, se abre la puerta y un hombre de unos 30 años se quedó shoqueado al verme con el instrumente de fuera, "jalándolo" con una mano y sosteniendo un grueso papel de gasolinera con la otro.

— Perdón, perdón, creí que no había nadie — cierra de golpe

Salí de la gasolinera con el espíritu destrozado y me apegué al plan.




Diviértanse de las vergüenzas ajenas, que nadie es ajeno a la vergüenza propia.