martes, 26 de agosto de 2014

Podría ser peor: acoso de mujeres

Hace poco leí una columna de una periodista digital inspirada en la columna de otra periodista que hablaba sobre el acoso hacia las mujeres.

"Si usted se siente ofendido solo con leer el título (Mamita, que rica tu pusa), imagínese que se lo griten por la calle cuando va caminando. También imagine que esto se lo dicen casi a diario, acompañado de uno que otro chiflido y una mirada acosadora. Ahora bien, si usted es mujer no se imagine nada porque seguramente lo vive en carne propia."



El artículo comienza AFIRMANDO que sólo las mujeres saben lo que es el acoso en las calles. Mientras me bañaba y decidía si usar el acondicionador del gran bote morado con un canguro culero pintado enfrente o el de un frasquito verde con una chava medio en bolas enseñando la chilaca depilada, me puse a pensar en lo ofendido que me sentiría si fuera como las feministas —quienes probablemente ya me odian en este momento— que se alteran cuando se les invisibiliza, voluntaria e involuntariamente.

Podría sentirme ofendido, pues imagino que uno que otro mula al igual que yo, hemos recibido acosos en la calle o en el trabajo. Claro, no me siento ofendido primero, porque me pela metafóricamente la verga y segundo, porque trato de ver la objetividad al asunto, no solo la gana de alegar y satanizar a todas los del sexo opuesto que justas pagan por pecadoras.

Recuerdo una vez que me "acosaron", confundiéndome con mujer. Iba manejando muy despacio desde la gasolinera hacia mi casa con la llanta pinchada (nunca aprendí como cambiar una de esas mierdas). Mis lentes oscuros puestos y la ventana abajo. Un grupo de jardineros que caminaban del otro lado de la calle me lanzaron un chiflido y un piropo que no alcancé a escuchar. Al principio me sentí sorprendido, mi corazón dio un latido rápido, como una patada eléctirca e inmediatamente sentí recorrer en todo mi cuerpo el enojo que muchas mujeres afirman haber sentido alguna vez. Reaccioné en un segundo y me tranquilicé en otro. Tenía claro que era lo que debía hacer ahora: aplicar el elemento sorpresa. Lo que esos jardineros querían era atención. Alguien que les correspondiera sus piropo, y eso era justo lo que estaba por hacer.  Así que, pisé el freno a fondo. Retrocedí. Me quité los lentes oscuros y les lancé un beso soplado desde la palma de mi mano más un guiño de ojo. Se quedaron inmóbiles. Como estátuas sorprendidas y avergonzadas. Vi por el retrovisor como uno de ellos se rascaba la cabeza y se reía de la situación.



"Puta, pero vos Speedy también tu madre. Si vos parecés puro culito desde atrás. Con ese tu pelo y esa cinturita ¿quién no te va a confundir con chava?"  Tenía un buen punto mi amigo en decirme eso. Me toman por mujer muchas veces culpa de mi pelo. Otras veces me dicen que parezco pura mujer porque no puedo abrir mi botella de cerveza o cambiar una llanta. Naturalmente, una feministra se sentiría ofendida por ser menos (independiente) que un hombre. Yo, por el contrario, me siento aliviado no tener que gastar mis pocas fuerzas en aflojar unos chuchos o destapar una botella si sé que alguien más lo puede hacer por mí (y sé por buenas fuentas que inumerables mujeres opinan lo mismo). Básicamente vivo con los beneficios de ambos mundos: me ahorro las labores pesadas y orino en la calle cuando quiera. Sin embargo, ser hombre no me esvitó ser acosado en la calle.

"Ustedes los hombres ¿de qué se quejan si les encanta cuando los sobijeamos o les hablamos sucio?. A mí me toca soportar a mi jefe y ush... Que asco ese cerote. Viejo sucio."  Tal parece que si una compañera de trabajo intenta quitarte el cincho enfrente de toda la ofincia está bien, porque solo es jugando y porque a nosotros nos gusta ser tocados por cualquier mujer, sin importar que odiemos que invadan nuestro espacio personal o que la mujer que nos esté tocando sea una gorda fea que desearías ni tenerla a la vista.



Que no se me malinterpete. Estoy consciente que es un tema delicado para las mujeres. Imagino que no ha de ser chingadera que todos los días te estén gritando piropos elaborados como Santo niño de Atocha, que me atasque con esa panocha, Quisiera ser Baygón para rociarte toda la cuca o algo tradicional como Bonito saldrían los patojos. Pero hay que entender que los autores e intérpretes de estos piropos, son indígenas citadinos con menos clase que escuela en día de feriado, con esposas más feas que la diarrea en un viaje de 8 horas y con el único anhelo de encontrar una mujer como la de Nuestro Diario con gusto por los tipos morenos y chaparritos chorreados de pintura.

Pero podría ser peor. Siempre podría ser peor. Podría haber un doctor guapísimo gritándoles "vaca asquerosa, ojalá que te chupe una fosa" aunque se vean lindísimas.  O que se arreglen por horas y nadie les diga lo hermosa que se ven ese día ignorándolas por completo, sobre todos si es uno de esos días que tienen baja autoestima y NECESITAN con urgencia captar esa atención masculina. O podría ser tan malo como un guardia de seguridad VOMITANDO sin parar del asco que le produce al verlas en esos brillantes tacones rojos combinados con esos sexies jeans levanta pompis bajo esa blusita pegada que deja ver el ombligo... Le produce TANTO asco que grita "¡que fea estás!" antes de volarse los cesos con su escopeta frente a todos para no tener que pensar más en ese olor a perfume caro y en ese pelo rizado sacado de revista que muchos hombres solo podemos anhelar en los mejores sueños húmedos.

lunes, 4 de agosto de 2014

Si me hubiera suicidado



Fue un día de junio que pensé seriamente en suicidarme. Me refiero a un verdadero suicidio, no una amenza para llamar la atención o una excusa válida para andar de drogo. Un suicidio real, con sangre, sanguchitos de funeral y una carga psicológica de culpa irremediable para mis viejos. Hasta busqué en Google un "how to".  Me dio hueva leer tanto sobre pastillas, venenos y nudos que mejor me puse a ver un video porky. Si no me iba ahorcar del techo saltando desde una silla, por lo menos iba a ahorcar el ganso con un video porno guatemalteco que recién había encontrado navegando en la deep web.

Las paredes de block pintadas de amarillo, el piso cerámico blanco y un póster desteñido de Winnie Pooh con una cita bíblica tiraban a todas luces que era Guatemala. Probablemente un lugar afuera de la ciudad o una zona marginal. En primer plano había una cama llena de peluches y una silla. El video duraba apenas 6 minutos, así que decidí darle una oportunidad. En ese pequeño cuarto habían 3 personas, el que filmaba, una prostituta y un travesti con pechos de mujer pero paquete de hombre. La prostituta (panzona y desnuda) amarra, latiga y nalgea a su cliente. Insistía en que le iban a dar rico por ese culito. Para ese entonces no deseaba otra cosa más que el video terminara. Me quedé con la mano entre los bóxers, boquiabierto viendo lo que pasaba en el video. Estaba tan intrigado que tuve que sacarme las manos de entre mis pantalones y ponerlas debajo de mi barbilla. Estaba impactado. La tercera persona, quien filmaba solo se reía. El travesti cubierto en cuero gritaba de dolor y placer con cada pesa que le colgaban de sus pezones. El video termina inconcluso. Para ser un video porno, dejó mucho a la imaginación.



Fui a trabajar triste al día siguiente. Suspiraba en cada alto. Odiaba la vida, el tráfico, la rutina, esta puta ciudad, la falta de sexo y fracasos, las envidias y los sucesos me daban más ganas de suicidarme. Saltar de un puente (quizás dos para estar seguro), tomar un coctel de cloro con Racumín, estrellarme contra un trailer, meterme en el Gallito, lo que fuera con tal de desprenderme de toda existencia, pasar a ser parte de las estadísticas y las historias fallidas. Desaparecer. 

Sin embargo, no dejaba de pensar lo simple que era suicidarse. Lo frágil que es la vida y tantas cosas que te pueden matar: un cuchillo, pipí de rata en una lata, una descarga eléctrica, un ataque al corazón, el piquete de un zancudo, una podadora de césped, una nuez, tu suegra... Suiciadrse es muy fácil y muy egoísta. Suicidarse debería ser algo de honor kamikaze. Algo que no cualquiera pudiera hacer. La parte complicada no es tomar el valor para hacerlo, eso es como quitarse un pellejito. La parte difícil es llenar el vacío que queda después de la muerte. Lo menos que un suicida podría hacer es comprar un ataúd a precios de muerte. Como si no fuera suficiente para los demás tener que lidiar con la culpa y el vacío, sino también con todos los gastos de un velorio.



Salí a tomar el viernes y el sábado como cualquier otro fin de semana. Me junté con uno de esos amigos chingones. Esos que siempre andan de buen humor y han vivido tanto como han cogido. Había llegado con 3 amigas, dos de ellas eran gemelas. Muy guapas todas. Este mi amigo, las había conocido en una gasolinera hacía 2 semanas cuando el novio de una de ellas se peleaba con el guardia de seguridad porque —supuestamente — le había tocado una nalga al salir de la tienda. Al parecer fue un mal entendido, ella iba demasiado drogada en pepas como para recordarlo, pero quien le tocó el trasero fue su amiga con la bolsa de cerveza al salir y el guardia lo único que hizo fue abrir la puerta. La cámara de seguridad lo reveló todo. Las otras 2 amigas no hicieron nada. Él separó al guardia de seguridad y a Ricky, su nuevo cuate desde hacía 2 semanas y novio de una de las gemelas. Ricky lo invitó a una fiesta después del incidente de la gasolinera donde tomó hasta doblar. Hay fotos que lo prueban.

Sus historias siempre me suben el ánimo. Algunas son muy intensas y con posibles consecuencias serias. A pesar de eso, me arrepiento no aceptar todas las invitaciones que me hace pues pudiera ser parte de ese caos que lleva consigo. Deja una huella de acción por donde pasa. Como la vez que me contó su chingadera en un bar de narcos de la zona 10 y terminó peléandose con los meseros y la PNC. Lo llevaron a Tribunales. Salió de la carceleta a las 4am, regresó a su casa y fue a trabajar así al día siguiente. Él seguía tomando como si nada y yo ya sentía que las paredes van y venían de derecha a izquierda. Me levanté de la mesa, fui a la barra para pedir una bebida energizante. Una de sus amigas se acercó a mí. Tenía ese look rockero-sweet. La oveja negra posiblemente. Ojos delineados de negro, pelo negro brillante, tank top, pantalones de cuero y Converse. Me pidió una lata de lo que yo estaba tomando. Le regalé una. Me pidió que la acompañara al baño. La acompañé hasta la puerta. Me pidió que la esperara. La esperé. Salió del baño, se acecró a mí, me besó, me pegó contra la pared, los 2 sosteniendo nuestras latas, me agarro entre las piernas y se fue.




Al salir del bar, le conté a mi amigo sobre mi encuentro afuera del baño. Me advirtió que tuviera cuidado con ella, su ex-novio era un maníatico celoso y le gustaba ir de putas. Pasamos a Taco Bell. Me sentía cansado pero contento. Me regalaron un burrito extra porque se habían equivocado en la orden. Ya eran las 3 de la mañana, la hora de satán y de los borrachos. Sobre el boulevard Los Próceres un carro se pasa en rojo, frena a fondo y se estrella contra un poste. Vi hacia ambos lados y me fui.

Regresé a mi casa. Borracho. Caliente. Contento. Lleno de vida. Revisé mi computadora para ver si las descargas ya estaban listas. Lo primero que me apareció al abrirla fue el sitio con fomras de suicidio. Vi los comentarios sobre los artículos de suicidio con armas de fuego. La mayoría eran de hombres frustrados. Tristes. Sin importancia. Una mancha de sangre más en el piso. Otra muerte desapercibida. Otra bala desperdiciada. El suicidio dejó de parecerme una opción. Me pareció más una moda para parecer interesante. Como tatuarse, ser gay o activista sin visión. Si pudieramos matarnos 2 veces habrían imbéciles que harían del suicidio una forma de vida. 

Vivir es suicidarse a largo plazo.