jueves, 26 de junio de 2014

Viviendo el sueño (IV)

Suficientes litros. Al fin nos pusimos en marcha hacia el bar donde Selvin trabaja. Era el  bar de unos italianos. Los italianos le habían dado la oportunidad de tener un trabajo decente, como mesero. Así fue como dejó de parchar para tener una vida tranquila en aquella villa.

Siempre que me cuentan del italiano redentor, no puedo imaginarlo de otra forma más que como un extravagante lunático que huyó del primer mundo con la emoción de encontrar en su mente, con ayuda de las drogas, lo que tanto buscó en Italia y al fin lo encontró en el culo del mundo comercial. Se me hace una figura alta y calva, sin zapatos, únicamente con una túnica blanca predicando PLUR por todo el pueblo. Cuando escucho la historia de cómo Selvin se estableció en San Pedro gracias al italiano, siempre trato de imaginar cómo fue el día en que encontró a Selvin y a su novia, la ‘Vaquerita’, sentados en la orilla de la calle que desemboca en el lago, con sus caritas largas y tristes detrás de la lona azul mostrando todas sus pulseras, collares y pipas con clutch que tanto le gustan a los extranjeros. ¿Qué hablaron el día que se conocieron? ¿Por qué decidió ayudarlos? ¿Qué hubiera pasado si no les hubiera tendido una mano? Nunca podré saber de qué hablaron, probablemente ni el mismo Selvin se recuerde, pero estoy seguro de algo: en ese pueblo, se conocen entre ellos… Como pasa en cualquier pueblo pequeño. Les ofende los ladrones y los bolos, pero les ofende aún más que haya ladrones y bolos que no sean del lugar.



Recorrimos de nuevo las estrechas calles San Pedranas. Pasábamos por los angostos callejones donde apenas cabía una moto, un chucho y una vendedora de pan de banano. La eterna letanía del pan de banana, pan de piña, pan de chocolate ¿quieres pan? En cada esquina de cada maldito callejón, la misma mujer se desdoblaba como holograma para ofrecerle pan de banana a cualquier humano, sin importar edad, religión, sexo o que tuviera aspecto de Chupacabras. Llegué incluso a cuestionarme si no se trataba de una fachada para venta de hongos alucinógenos o ácidos. O si de repente me había convertido en pinta de segunda mano y sufría colateralmente los malos viajes de las personas a mí alrededor. Dejó de importarme una vez que salimos del callejón. Nunca compré pan. Nunca compré ácidos.

Ya había oscurecido cuando llegamos al bar. Nos sentamos en la parte exterior, lo que le llaman ‘al aire libre’. Selvin solo trabajaba 3 noches a la semana como mesero. Las otras 2 noches se dedicaba a ser un humilde rockstar en el único hotel con piscina. El lugar era tranquilo y acogedor. En el suelo, una pila de rocas alrededor de una fogata nos mantenía calientes. Tenía su propio hierro para remover el carbón y reavivar el calor cada vez que se estuviera apagando el fuego. No éramos los únicos en la parte de afuera. Atrás nuestro, en el espacio vacío de la ventana que une la barra con las mesas del exterior, 2 soldados americanos hablaban sobre portaaviones y el riesgo de estar con una mujer en Tailandia. Altos, canches, de mandíbula cuadrara e indudables héroes mediáticos si llegara a ocurrir un intento terrorista en el lago más hermoso del mundo. Huxley debió estar muy drogado cuando escribió eso. Mi mente se fue un rato pensando en el titular que CNN eligiera si esos 2 soldados americanos fueran de fiesta y por alguna enredada razón telenovelezca terminaran inhalando ántrax creyendo que era cocaína. Los vi de reojo para terminar de inventar mi historia. Sureños probablemente. —It’s not worth it— fue lo último que alcancé a escuchar. Ya no hablaban de misiones fulminantes en Yemén ni trasvestis tailandesas y les perdí el interés. La NSA estará de acuerdo conmigo si les digo que las mejores historias que he escuchado no me las han contado.



Selvin salió de la cocina sin que yo lo notara, pues estaba de espaldas, recostado en un árbol. Se acercó y nos saludó. La fogata hacía un contraste de luz y sombra en los rostros de mis amigos pero cuando llegó Selvin, sus caras se iluminaron por completo. Fue como un respiro de alivio saber que su ídolo, seguía siendo SU ídolo. Fue el cheque de coconfirmación que el viaje no había sido en vano, pese a las carreteras infernales y la escasez de billete.


Me di la vuelta y vi por primera vez al mítico Selvin en persona. Más alto que cualquiera de nosotros, de pelo largo liso, de aspecto agringado, laidback y, por qué no decirlo, nada mal parecido. Nos saludó de uno en uno, empezando por su hermano y terminando conmigo. Sacó de su pantaloneta un cigarro y lo prendió rápidamente. Lo fumó casi hasta el filtro. Platicamos un poco de nada. Su turno terminaba en 3 horas y no podía escaparse antes. Contra voluntad, pedimos una Gallo esperando que el tiempo pasara rápido para bombardear a Selvin con preguntas entre cerveza y cerveza.


sábado, 21 de junio de 2014

Viviendo el sueño (III)

— ¿Ya estás más fresco? — Simón, después de la dormidita ya ready. Caminamos un rato por el pueblo. Poco tiempo después el tercer mosquetero capitalino, el otro amigo con el que había llegado al pueblo, se integró a la manada de perdidos. El hermano de Selvin que tenía una semana de estar ahí también apareció. Caminamos sin rumbo fijo, de un lado a otro, juzgando a los italianos psicodélicos y los japoneses desubicados. Ya se estaba haciendo de noche. Algunos restaurantes ya empezaban a abrir sus puertas y el friíto del lago salió casi al mismo tiempo que los grillos. Caminamos otro rato más y las calles seguían igual de libertinas que en la tarde. Sobre la grama, en una parte alta al borde del lago, una pareja canchita se besaba como los amantes se besan y frotan en los asientos traseros de los carros. No había tiempo para ellos. No importaba el mundo ni las leyes, solo sus lenguas y sus manos sobándose sobre la ropa.

Pensé que debían buscar un hotel. Probablemente tenían uno pero no tenían ganas de ir hasta allá. La escena y la calentura hizo recordarme de mi primer carro, en mi primer año de Universidad, cuando no podía pagar mi gasolina, mis chelas o mis motelazos y tenía que convertir mi carro en un motel-comedor. El carro era un fastback deportivo automático de 2 puertas y cola de pato que le daba aspecto de cucaracha a punto de emprender vuelo. El asiento trasero era incómodo. No podía hacer mucho. Mis intentos de 'hacer el amor' se quedaban en la parte de planeación porque nunca realmente pude hacerlo. Una vez llevaba una chava más alta que yo. Intentamos hacerlo en el asiento trasero pero su cabeza topaba con el techo. Al final terminamos haciéndolo en el asiento del copiloto. Mala experiencia. Era la segunda mujer con la que había estado y ella sabía que necesitábamos más espacio. 

Ella fue buena conmigo. Sin rodeos me propuso que fuéramos a un motel, donde podíamos estar más tiempo y hacerlo sin complicaciones. Fue casi como mi segunda primera vez. Estaba nervioso, entusiasmado y con miedo porque nunca había ido a un motel antes. Nunca nadie se ha tomado la molestia de crear un manual sobre cómo ir a moteles en Guatemala. Hay cosas esenciales que todo hombre debe saber la primera vez que va a un motel. Para empezar, uno obtiene lo que paga. Si uno paga un cuarto barato, como los del Autohotel La Luna o el Tah Mahal es probable que el catre no vaya a rechinar tan rico ni con tanto gusto como en el OMNI o en el Primavera Suites. Me podrán llamar ordinario, pero el OMNI es por mucho el mejor de su clase, los precios van desde 150 quetzales y siempre tienen todo nítido. Además que después "te regalan" un shampoosito, un jabón chiquito, una gorra de baño y 2 rollos de papel tualet. Ah y hay wi-fi sin contraseña. Esas cosas las tuve que aprender con el tiempo. También hay que saber qué hacer cuando llegás y que aunque es mejor parquearse de retroceso, es más fácil entrar directo de frente, así como le vas a entrar a tu mujer. La primera vez creí que el portón se cerraría solo, como el de mi casa, pero no. Hay que bajarse más rápido que flash y apachar un interruptor que hace bajar el portón americano.

Cada visita fui aprendiendo más y más cosas. Cuando teníamos ganas de jacuzzi íbamos al Primavera. Cuando queríamos estar secos, íbamos al OMNI. Aprendí que es mejor comprar cerveza y preservativos en la gasolinera y que el tiempo en el que se tarda en apagarse el rótulo de 'en limpieza' es tiempo que hay que aprovechar en foreplay. Aprendí que se puede entrar al OMNI una cuadra después y que si tenés suerte, podés encontrar libre la habitación con la silla erótica. Es un negocio visionario pensado para nosotros los pobres diablos clase medieros que todavía vivimos con nuestros padres pero ganamos lo suficiente como para costear un polvo anónimo.

Cruzamos en una calle — Brother, Mario Bros— nos dijo el chara infaltable del pueblo. No le prestamos mucha atención. Encontramos una tienda de barrio. La típica tienda de barrio, con su publicidad de cigarros y compañías telefónicas dándose verga por ver quien da doble, triple, quíntuple, infninituple saldo. Publicidad traslapada y pegada a las barras blancas, con la red de pelotas pásticas por un lado, las galletas apiladas en el mostrador del frente y todas las bolsitas brillantes de chucherías colgando desde el techo. La réplica de una tienda ordinaria que pudiera estar en La Berbena o en las afueras de La Cañada. 

Pedimos cuatro litros de Cabro. Un litro para cada uno. Sabía que ese litro me iba a hacer estragos, pues no había desayunado y el almuerzo había estado escueto porque habíamos decidido que era mejor gastar en alcohol y marihuana que en comida. Empecé a tomar directamente del litro. Frente a la tienda había una plataforma sin ninguna razón de ser. Parecía una construcción que se había quedado a medio camino. Estaba la armazón del techo y los parales del techo pero hacía falta la lámina del mismo. Estaba a la orilla del lago que ya reflejaba las luececitas lejanas de otros hoteles y casas. Tenía frío y la mano con la que sostenía el litro me temblaba. Seguí tomando y tomando. Para el tercer cuarto del litro me sentía ebrio y empanzado. Soy un bolo barato, pero no siempre fui así. Hubo una época en la que pude haber tomado hasta 4 litros e ir hasta la zona 18, luego hasta mi casa sin banquetear ni una sola vez. Pero esa noche, era el mismo bolo economic que he sido la mayor parte de mi vida.

Terminé el litro e inmediatamente pidieron otro. Mi lengua estaba amarga. Expelía olor a bolo cada vez que hablaba. Mi articulación se fue perdiendo sorbo a sorbo. Me empecé a sentir mal. Ellos querían otro litro y aunque insistí con mis palabras arrastradas que ya no queríamos otro, terminamos pagando por otros cuatro litros de Cabro. Apenas me había recuperado de todo lo que había tomado en la tarde y ahí estaba yo, echando litro tras litro, hablando muladas, contando anécdotas de drogas y mujeres, escuchando críticas de fút y uno que otro comentario por los que valía la pena asentir con la cabeza. Aún estando ebrio sabía que si me levantaba de la banqueta, estaría 1 nivel mas ebrio, sin embargo, tuve que hacerlo. Ya me explotaba la vejiga. — Vuir a (hipo) ala verga, vuir a miarbolito— caminé tambaleándome hasta uno de los parales de la estructura sin techo, cerca del montecito que separaba la estructura con el lago. Puse el litro en el suelo, alejado del radio de donde podía salpicar la orina que venía con furia. Oriné y me sentí un poco mejor, mas liviano. Ellos seguían arreglando el mundo con ideas pobres de personas que no tienen ni la más puta idea de la realidad nacional. En ese momento aproveché para vomitar. Me han dicho que soy un vomitador discreto, no soy como otros que hacen fuerza para vomitar. No, yo solo tengo que inclinarme un poco hacer fuerza con la boca del estómago y el vómito fluye. Vomité lo primero en el monte; cayó ligero y no hizo mucho ruido. Sentí ganas de vomitar otra vez pero ya había empezado a caminar hacia ellos, así que di media vuelta y caminé de regreso al montecito. Ellos estaban de espaldas y estaba oscuro, no podían verme. No me contuve más y mientras caminaba volví a vomitar. Ahora sí cayó sobre el concreto haciendo el característico sonido de un cataclismo antecedido por una fuerte debacle dentro de mis tras, chocando violentamente contra el piso. Desparramado como sesos por asesinato. Salpiqué la punta de mis viejos tenis cafés pero no se notaba mucho porque era casi del mismo color que el Spam enlatado del almuerzo. La poca luz que había me hizo recordar mi triste almuerzo al verlo todo explayado sobre el suelo. Me sentí mejor por mí aunque un poco triste por mis pobres Vans cafés.

Mis estúpidos zapatos de batalla. Los había comprado ya hacía más de 8 años y seguían echando punta. Eran nuevos cuando aún estaba en el colegio y los usaba casi todos los días. Los usaba para todo. Para caminar del colegio a mi casa, para andar en patineta, para medio jugar fút, para medio jugar basket, para caminar en los centros comerciales, para viajar, para besar, para manejar, para cocinar, para cualquier foquin actividad que pudiera tener. Incluso, hasta para trabajar. Amaba esos Vans. Sobrevivieron a fuertes ventiscas y pesadas tormentas de nieve. Estuvieron sumergidos en el canal de Monterrico y en lujosas piscinas salvadoreñas. Conocían tantos países y casi tantos departamentos como yo. Habían pateado arena volcánica y volcancitos. Cada vez que la suela se despegaba, los pegaba con Super Bonder otra vez. Mi ex-novia tenía unos iguales pero los regaló el mismo mes que nos hicimos novios. Siempre me dio lata eso porque no quería tener los mimos tenis que mi novia, pero los amaba tanto que no podía deshacerme de ellos tan fácilmente. Todavía los conservo en mi closet como símbolo de necedad.

Ella odiaba esos tenis, pero odiaba muchas cosas de mí y yo terminé odiando muchas cosas de ella. El lago me recordaba los buenos años que pasamos juntos y fue, precisamente en San Pedro la locura donde empezó el principio del fin. Fue mi intento desesperado por volver a estar juntos. Ella accedió a ir conmigo a Pana y San Pedro 3 días antes que empezara Semana Santa tres años atrás. La pasamos muy bien, paseábamos, comíamos y dormíamos juntos. Hasta nos bañábamos juntos. Fue un buen viaje pero fue en vano tratar de revivir una relación que estaba más muerta que nuestros ídolos. 


La pensé fugazmente mientras veía la punta de mi zapato salpicada. Tantas cosas me hacían recordarla. Fue casi poético darme cuenta que la plataforma donde estaba vomitando estaba a pocos metros donde nos habíamos quedado con ella la primera vez que estuvimos en Sanpedrogas. En fin. Como pude, limpié un poco el vómito con la grama y regresé hasta la tienda, tambaléandome. Pedí unos chicharrones picantes. Creo en el poder de la comida picante para quitar la verguera. Y, prefiero oler a chicharrones picantes que a buitre. Regresé a la banqueta a terminarme el litro. Estaba asqueado, ya no quería más.

viernes, 20 de junio de 2014

Viviendo el sueño (II)

"Me llamo Axel pero me dicen Relaxel" me dijo antes de soltar la clásica risita de todo buen marihuano.  
El broder apestaba a mota y me miraba con ojos chinos e hinchados. Arrastraba los pies al caminar y las palabras para hablar. Pareciera como si la comisura de sus labios fueran a intersectarse con la esquina de sus ojos por sonreír tan despreocupadamente. 

Intenté sacarle conversación. Le pregunté cuánto tiempo llevaba viviendo en San Pedro y me respondió que cerca de un año. Intrigado seguí haciéndole preguntas sobre cómo había decidido irse a San Pedro y dejar la ciudad o qué le dijeron sus viejos cuándo se fue de la  casa. Él no estaba interesado en mi plática y se limitaba a responder con un "no sé broder, no me acuerdo" a manera que no interrumpiera su trip interno. 

Teniamos que ir a la casa de Selvin, el menor de 7 hermanos y uno de los pocos aventureros capitalinos que huyó de la ciudad en busca del paraíso prometido. A los 18 años él y su novia decidieron irse de una buena vez de este pueblón que llamamos ciudad. Estaba harto de vivir en represión, de fumar a escondidas y sobre todo del tedio citadino. Según me contó un amigo de su hermano, una madrugada cualquiera, agarraron sus chivas y con sólo 100 varas se fueron hasta San Pedro en el primer bus que pudieron.



Los marihuanos son la misma persona en diferentes cuerpos. Hubo una ocación donde una conocida me dijo que el dinero era una mierda y que a ella le encantaría irse a vivir a Pana. "Mano, si hay que parchar para vivir, parchamos. Con tal de no vivir en este Sistema de mierda ¿ya?". Me hablaba del Sistema como si supiera que era, como si conociera todas las partes y todos los engranajes que conforman la máquina, como si fumar marihuana le hubiera abierto los ojos a una realidad que solo los marihuanos tienen derecho, sin darse cuenta que ella es una pieza de repuesto para este Sistema. La última vez que la vi seguía trabajando en un kioco en un centro comercial de la Roosevelt.

Siempre que destapábamos un litro en el chupadero de la USAC donde sólo reggae ponen, no pasaba mucho tiempo para que alguno empezara a hablar sobre mítico Selvin. Siempre. Sin excepción alguna. "Ese maje, calidad de persona vos. El maje con 100 varas se fue a San Pedo y empezó de 0, ahora ya tiene su chante y toda mierda. Pero, sí... Cuando llegaron, él ya la mújer parchaban y así sacaban algo de varandas para tramar y la duwi"

Relaxel se detiene y me toca el hombro como si hubiera tenido una epifanía: "amigo, acompáñame y luego vamos con Selvin". Había llegado al pueblo con 2 amigos más pero ellos seguían dormidos por tantos bongs, spliffs, clutches y qué sé yo que más. Yo seguía ligeramente ebrio, nada más. Nada que una michelada no pudiera arreglar. "Espérame aquí ¿vale?" No entendía cuál era la puta gana de hablar como extranjero, si probablemente vivía en Villa Nueva como yo y 1 millón más de ordinarios. Relaxel quitó el candado de un portón con maya metálica que dejaba ver hacia adentro. Había un pick-up corinto y muchas hamacas afuera de los cuartos celestes. Era otro hotel más para turistas. Americanos bohemios, disfrutando del tercer mundo hecho a su medida. Hoteluchos basura lo suficientemente aceptable como para pasar hasta 3 meses tomando Gallos y fumando San Pedrana Golden, alejados del mundo pero conectados a Internet.

Mientras esperaba, pensaba cómo putas podría alguien irse a vivir a un pueblo tan desgraciado como San Pedro La Laguna. Ya había estado una vez antes en San Pedro y tuve la misma percepción la segunda vez que fui. ¿No es suficientemente sub-desarrollado la Ciudad como para querer irse a vivir a un pueblo donde pareciera que todo se reduce a ácidos, coca y marihuana? 



"Vos comete una carretada de caca, cerote. ¿Me vas a decir que preferís los motocacos y las colas del horto que se hacen en vez de vivir de lo más fresh en Sampedrogas?" Y tenía razón, ningún clasemediero quiere embotellamientos ni paranoya en cada semáforo. Pero realmente no viviría en un pueblo donde la mitad son extranjeros y la otra mitad son indígenas y no me puedo indentificar con ninguno de ellos. No podía creer que yo, con mi pelo largo y mi playera de Pink Floyd prefiriera vivir en el mundo urbano que en un paraíso de leyendas y desenfrenos. Algún tiempo atrás hubiera, con un poco más de huevos, hubiera dado lo que fuera para vivir la vida del bohemio chapín. Después me di cuenta que hasta los bohemios necesitan dinero y, ahí fue cuando rechacé la idea de vivir en una casita, alejado del mundo, fumando yerba y escuchando rock progresivo mientras el mundo se cae a pedazos. Es una vida aburrida y hasta más rutinaria que la vida de ciudad. 

Preferiría mil veces vivir en una casa digna de Inmobilia en la Zona 16, con una Prado, un BM y un Porche estacionados frente a mi portón americano que vivir en una champa bien armado en una comunidad para cuasi-junkies. Preferiría oler rico todos los días. Cargar mis tennis limpios todo el tiempo. Hartarme en Jack Francois y vomitar medio salario mínimo afuera de Plus de Cayalá. Prefiero el ruido de la ciudad, la incoherencia de New York, la plasticidad de L. A, o la homosexualidad abierta del D.F. Por lo menos, quisiera vivir en una ciudad donde los bares estuvieran abiertos los domingos y pudiera caminar ida y vuelta, sobrio o ebrio, sólo o acmopañado, sin miedo de ser asaltado.

Para bien o para mal, vivo en el país con la ciudad más fea del mundo. La ciudad donde se rumorea sobre el amigo de un amigo que se quedó en el trip por meterse demasiados hongos y sobre aquel cuate que probó la florifundia pero no le pegó. La ciudad donde soñamos con encontrar una tierra virgen y mágica cada vez que vamos a Atitlán. La Ciudad de Guate/sque/fijese/que.

Prendí un cigarro para matar el tiempo. Luego prendí otro y otro más. Desde lejos vi una xten, blanca como la leche, con un gran sobmrero sobre su larguísimo y abundante cabello naranja. El sombrero la daba suficiente sombra como para caminar sin quemarse sus delgadas y pequeñas piernas casi transparentes. Ni sus piernas o sus brazos salían del cículo hecho sombra gracias al sombrero.  Me impactó lo claro de su piel. Era casi molesto para la vista ver algo tan claro. Como cuando la luz pega en el papel aluminio y el reflejo te da justo en los ojos, forzándote a apretar los párpados o voltear la midada para que no te duela el nervio óptico. Ente más cerca estaba era más evidente que su piel no era de estas tierras. Emanaba suavidad. Esa suavidad que te produce apretar la mandíbula porque te da nervios de primero tocarla despacito solo con la yema de los dedos, después de enterrarle las uñas y por último morderla para descargar todos los nervios restantes y así respirar aliviado. Era una cuadra larga y ella, puro Ütz, no tenía ninguna prisa, ¿Qué prisas pueden haber en Atitlán? No quería parecer puro idiota desocupado (como si estar  paseando el 4 de enero no fuera suficiente prueba para declararme trabagador) así que predni otro cigarro más, esperaba que durara lo suficiente como para que me viera fumando. Ya solo me quedaban 6 convertibles y 2 Luckys. Aposté a la suerte. Entre más se acerbada al final de la cuadra, donde yo estaba mi cigarro se hacía más pequeño.

Estaba tan concentrado en ella y su piel descubierta que había olvidado por completo que estaba afuera de ese hotelucho por culpa de Relaxel. "Amigo ¿Quieres entrar? Unos amigos y yo estamos viendo Family Guy" — Sí, dame chance, sólo me termino este cigarro.— La verdad es que quería terminar de sabrosear a mi musa San Perdana. Quería ver de cerca sus jeans convertidos en shorts, sus sandalias de 60 dólares, su blusa negra de mangas largas, las estrellas en los costados dde su abdómen, su gigantesco sombrero y sobre todo su piel que todavía me eriza.

Al pasar frente a nosotros nos vio a los ojos y con un español retorcido nos dijo "bujenas dehas" (intentando darnos los buenos días y ¡vaya que si era un buen dia para verla!) Yo respondí con un simple y plano buenas, tradicional de toda entrada de negocio. Relaxel fue más allá con su saludo y le dijo "vibra positiva, hermanita". —¿La conocés?—Le pregunté. Sí, se llama Skyler.— Memoricé su nombre. Skyler, la mujer más hermosa que he visto. Relaxel siguió contándome algo más sobre Skyler, pero no le respondí nada porque seguía pensando en ella y no quería que me cagara ahora a mí, mi trip interno.



Entramos a una habitación del hotelucho. Todos fumaban weed y se reían de las estupideces de Peter Griffin. No es necesario el boost de THC, pero siempre se aprecia el esfuerzo para reír más. —¿Quiere vitamina, maestro?—extendió su brazo poniéndome el blunt casi a la altura de mi boca. No quería, tenía sed y no necesitaba más resequedad en el cielo de la boca. A la par de la laptop donde veían un episodio donde Pewterschmidt quedaba pobre, había un envase de 3.3 litros de Big Cola, —Nel, pero no sé, ¿te puedo robar un poco de agua?— Le señalé el envase abierto —Dele maestrísimo, ahí hay vodka por si quiere echarle— Acepté su oferta. 

Estaba aburrido. Dos episodios después y varias carcajadas, salí de la hotbox. Relaxel iba aún más ensimismado. No habló ni una sola palabra, solo siguió el camino mecánicamente. Yo seguí a Relaxel aunque también iba sumido en mi propio lago de pensamientos.


Antes de doblar a la esquina para la casa de Selvin recibí una llamada de uno de los amigos con los que había llegado al pueblo. Casi 3 horas después habían recuperado la noción del tiempo terrenal. Quedamos en juntarnos frente a la casa de Selvin. Relaxel se despidió y siguió su vida San Pedrana fortalecida en Jah.