sábado, 20 de agosto de 2011

Que no hacer con los mocos en el tráfico


Era uno de esos días en que el tráfico por Novicentro, sobre El Periférico, estaba más pesado que el Black Metal y más denso que un líquido no newtoniano.

Hacía tanto calor que hasta el mismo Diablo se quejó del Calentamiento Global así que prendí el aire condicionado en lo más fuerte y en lo más frío. Al poco tiempo por reacción alérgica empecé a sentir que me salían mocos y por culpa del calor y del tráfico que no se movía ni una nano-pulgada, me dio pereza sacar las miles de servilletas con mocos que tenía por todo el carro, así que dejé que salieran.

Después me dio un poco de asco sentir todos los mocos pegajosos sobre mi bigotío ralo, entonces saqué la servilleta de re-uso, me soné y todo listo.

La verdadera 'situeishon' fue cuando sentí un moco que obstruía mi fosa nasal derecha y sin escrúpulos empecé a hurgarme mi nariz hasta lograr que una pelota verde limón saliera con una tira verde-blancuzca colgando de ella el cual me comí después de haber jugado un poco con esos moquitos tan deliciosos.
De esto no se enteró nadie, excepto un bus escolar lleno de 'señoritas' que vieron todo mi acto protocolar sobre como comer deliciosos mocos multiculturales de diferentes texturas, formas y colores en el tráfico del Periférico

martes, 16 de agosto de 2011

Justicia

Otra vez, no estoy hablando de algo propagandístico, sino de un complicado tema que todos queremos.
La Justicia ha sido subjetiva desde que los libros tienen memoria y en un país como este no es de sorprenderse que queramos justicia por las buenas o por las malas.

No creo que seamos un pueblo violento por naturaleza ni por invasión extranjera. Creo que somos violentos por circunstancias. El problema es cuando la Justicia llega en manos de quienes nos creemos pacíficos, pero no aguantamos que más botas pasen sobre nosotros.

Son pequeñas acciones, de gente pequeña o "sin valores" como algunos le dicen, que nos hacen perder el control y terminar moliendo los huesos de un supervisor de un call-center, en una gasolinera cerrada por Bosques de San Nicolás con una llave de chuchos, después del turno nocturno.

Sólo pensaba que se sentía tan bien, ver su cabeza contra el suelo gris, sin animarse a levantarse mientras yo estaba de pie con la mano empuñada y gritándole que era tan hijo de puta que su mamá... (Prefiero no repetirlo).
Solté otro golpe que fue justo a la boca y en ese momento empezó a llorar y a chorrear sangre. Las películas mienten, la sangre no es tan clara. En un intento desesperado trató de huir pero le di otro golpe en la cabeza haciendo el ruido más asqueroso que jamás oí, como el de una fractura de algo gelatinoso que recorrió toda la herramienta hasta mis manos, me dio asco y ahí fue cuando me sentí un poco mal. Me di la vuelta y empecé a caminar a mi carro sin decirle nada.

Vi su horrible carro beige junto al mío y decidí romperle el 'windshield' cual pandillero de Nueva York fuera. Antes de irme rechinando llantas le advertí que sabía donde vivía y que ojalá me llegara a acusar a la policía, quizás ahora sí sabía de que era capaz.

Salí, pasé a otra gasolinera, me limpié las salpicaduras de sangre y pedí una sopa en vaso con una Gallo en lata. Merecía una cena de campeones. Tiré un suspiro al aire y pensé que todo se hubiera resuelto si su actitud no hubiera sido la de un auténtico come-mierda.

Al día siguiente no llegó a trabajar y nunca más supe de él y desde ese día las políticas de la empresa cambiaron.