lunes, 13 de mayo de 2013

Chococita con mi chocosita (II)

Hacía algún tiempo desde que mis Vans cafés no azotaban los bares y discotecas de la zona 10... O de cualquier zona.

El grupo de ilustres jóvenes con lo que bebía frecuentemente se diluyó entre la falta de dinero, peleas, trabajo, amores imposibles y una libertad de expresión coartada por likes. Pero eso no le importaba a Hilda, mi choco-cita quien conocí en ese bar. Quizás se llamen bares no por las barras, sino por baratos. Relaciones, música, filosofías y conquistas baratas. Lo único que permanece caro son los tragos y las mujeres. Curiosamente, van de la mano, igual que las mejores amigas cuando se trata de ir al baño.

Para ese entonces seguía en una de mis múltiples etapas de desempleado, no obstante, nunca se está demasiado desempleado como para desperdiciar un cubetazo. Siempre he creído que las situaciones pueden ser peores y sí bien pasaba por unos cuantos baches financieros, seguramente, no eran tan graves como los de Hilda, una empleada pública con un tatuaje de mariposa en la espalda baja y una hermana mesera con un hijo inesperado.

Había tenido demasiados cubetazos esa noche y por berrinche de niño consentido, me había levantado justo a la hora de almuerzo, el cual rechacé por estar aburrido del arroz igual al del día anterior. Agradezco tener comida en suficiencia, sólo que no entiendo cuál es el puto problema con esta sociedad en no pensar algo más creativo para sustituir por algo novedoso el pollo y el arroz que llenan los platos de muchos comedores y hogares. Es más, si tan sólo se presentaran diferente, fuera una victorira para nosotros los melindrosos. No puedo creer que hasta la fecha nadie haya pensado una alternativa económica; como preparar sanguches de pollo o hacer algo diferente con el arroz. No comer en todo el día y tanta cerveza en un corto lapso me hizo perder el control muy rápidamente. Estoy seguro que en otras circunstancias, en estados más sobrios, nunca habría sacado a relucir todas mis técnicas de conquista barata.

Pero eso es algo que a Hilda no le importa. A ella no le importaba el comportamiento errático de esta sociedad, ni esta sociedad, ni porqué estamos destinados a comer tanto pollo y arroz en el almuerzo y definitivamente le trasquilaba eso que yo bauticé como baches financieros, mejor dicho, que copié de alguna  clase de presupuestos, al aprender lo difícil que es para las empresas estar apalancadas casi en un 60% por invertir en maquinaria y equipo, esperando un retorno trimestral alto y rápido lo suficiente líquido como para cubrir sus costos totales sin sacrificar drásticamente las partidas ni modificar severamente su presupuesto de caja.

Y aunque es bastante probable que este último argumento sea tan inválido, erróneo e incoherente como las respuestas de mi examen, donde sabía tan poco al respecto, que mejor dibujé un tiranosuario rex para presuadir al catedrático con mi talento innato de artista frustado en busca de una nota mejor con trabajo fácil gracias a la osadía de hacer idioteces en un examen en lugar de ponerme a estudiar como se supone que debiera estar haciendo, es más probable que yo con todas mies estupideces sea más inteligente que Hilda. Ahí fue cuando entendí porque todos esperan que esté estudiando, no bebiendo jueves, viernes y sábado en busca de una recompensa hedonistamente inmoral. Obviamente digo todo eso para verme culto y demostrar que he ido a la Universidad.

Pero una vez más, eso no le importaba a Hilda. Lo noté rápidamente, cuando estando en un restaurante meridiana y relativamente lujoso, ella me preguntó por tantos platillos y tantas traducciones en inglés que me sentí como un auténtico Google humano. Llegó al punto donde casi rebasa mi tolerancia de vergüenza ajena y pena propia. No podía creer lo que YO era capaz con tal de lograr que se desnudara por 4 horas y me sodomizara aunque no aguantara su olor a perfume barato, como los elementos intangibles del bar.

A ella eso no le importaba. A ella lo único que le interesaba era el dinero, el carro que manejaba y el carro que traía, dónde había trabajado, cuándo iba a trabajar otra vez, cuánto iba a ganar, qué hacía para ganarme la vida, cuánto dinero me daban mis trabajadores padres, en qué países habías estado, a qué otros restaurantes lujosos la podía llevar, cómo era mi casa, qué teléfono tenía, cuánto podía invertir en ella, en cuánto tiempo podía sacarla de la zona marginal donde vivía y qué tan enfermo era yo sexualmente. Ella esperaba un debate donde yo le expusiera todos mis fetichismos y ella todos sus gustos. Sexo por dinero, pero no la malinterpreten, en su Facebook claramente dice que le da risa todas esas putías de barrio que intentan ser sofisticada, sexys e intelectual como ella. Fuck you.

Ella siguió llamándome y mandándome fotos terriblemente editadas. En una semana, no escatimó palabras ni errores ortográficos para decirme que me amaba y que yo era el amor de su vida. Seguramente estaba pasando por un tarrible crisis financiera para que me acosara de tal manera, pero eso fue algo que a Speedy no le importó.

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