viernes, 11 de enero de 2013

Viviendo el sueño (I)

Me llamó pasaditas las 11 de la noche para confirmarme que pasaba por mi al rededor de las 9 de la mañana antes de ir al Wal-Mart a comprar hartazón y la chela para llenar la hielera. No dormí esa noche. Aproveché para ver Archer y echar algunas chivas a la misma mochila negra que de enero a diciembre uso para llevar mis cuadernos y libros de la U, bueno... Mi único cuaderno y algún lapicero promocional que seguramente me lo robé de alguna agencia.

Me embarré en desodorante y desde mi balcón me fumé el penúltimo cigarro de la cajetilla esperando a que el pequeño Geo Metro rojo apareciera frente a mi casa. Agarré mi mochila y salí de mi casa, salí de mi ciudad, salí temporalmente de una realidad neutral. Dejé atrás el 2012 y me fui detrás de los edificios, donde  el verde se mezcla con las erosiones, los tuk-tuks corren libremente y los terratenientes cosechan sus fortunas.

Llegamos tan lejos que la carretera nos abandonó. Nos cambió por terracería y cráteres. Detuvimos la marcha un rato para enfriar los frenos y calentar involuntariamente las cervezas en nuestras mano. Fue culpa del paisaje verde. Compartimos el último cigarro y nos quedamos sentados sobre roca bajo una nube de pensamientos, con cara de idiotas y la vista perdida en alguna parte del otro lado de la montaña. Unos gritos de felicidad rompieron la harmonía del río al fondo del barranco. El tiempo se escurrió tranquilamente sin molestarnos; habían pasado ya 15 minutos desde que nos sentamos en la roca y ahora era tiempo de ver de dónde salían los gritos y las risas. Nos levantamos con pesadez y ansiedad, viendo hacia abajo, volviendo a la izquierda, a la derecha, esperando ver que pasaba. Encontramos algo mejor, un camino detrás de una pila de basura cubierta por unas flores amarillas.

Como buenos citadinos suburbanos inadaptados a los ambientes naturales, dudamos y discutimos por mucho tiempo. Como las risas eran cada vez mas contagiosas, tuvimos que inventarnos el valor para seguir el camino, ya qué, ¿qué era lo peor que podía pasar? El primero en bajar obtuvo tácitamente el título de lider y nos advertía sobre los posibles obstáculos a esquivar: botellas vacías, excremento de vaca, tortillas con moho, bolsas con basura o superficies areniscas. El camino de tierra se terminó y llegamos a un claro con pasto, árboles, rocas y un riachuelo. Saltamos unos troncos caídos y avanzamos paralelamente al riachuelo hasta llegar a la fuentes de las risas.

Aún no estábamos ebrios y en realidad no sé que esperábamos encontrar, pero eso superó nuestras espectativas. Siempre lo he dicho y lo sigo creyendo, no hay nada más hermoso que los senos de una mujer -no quiero sonar ofensivo esta vez diciendo boobs- y todas y cada una de las veces son impactantes. Por un momento pensé en tomar fotos a lo loco, pero me pareció inoportuno. Ellas rápidamente convirtieron sus risas en gritos y obviamente, entramos en pánico. Saltaron del río y corrieron en dirección opuesta a la que nosotros corrimos.

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