domingo, 27 de enero de 2013

Viviendo el sueño (II)

El shock disminuía a medida que descendimos hasta llegar al pueblo. No habíamos almorzaro aún y el calor estaba pegando de lo mas sabroso.

Tomamos la avenida de adoquin principal e hicimos un cruce a la izquierda. Dejamos el carro frente a una tienda atendida por mujeres indígenas y nos bajamos del carro a que el calor nos aplastara con sus rayos. Ya había estado antes en ese pueblo y todos sus elemenots seguían exactamente igual, tal vez un poco más libre, no lo sé, puede ser la óptica bajo la cual lo estaba juzgando para mis adentro esta vez.

Sobe una alfombra de pasto verde, una pareja se besaba libre y apasionadamente a la orilla de la avenida principal. Aparte de los peatones que vagábamos por ahí, un paisaje descomunal era testigo del gesto al que no sé si pueda calificar como amor o simplemente como pasión. Todavía conservo una foto mental de ellos; si tuviera que hacerlo, los etiquetaría bajo "juventud" (sin llegar a ser cursi como un poster de Internet) de pronto, un señor de dientes torcidos y gorra de Oklahoma me grita desde el fondo del callejón "¿Qué pasó carnal? Super Mario Bros", más adelante nos topamos con el dueño de un parqueo que nos preguntó si estábamos perdidos, le dijimos que buscábamos dónde pasar la noche.

— Somos 3 y traemos carro
— Yo tengo cuartos y parqueo
— Bueno, vamos a ver

Continuamos recorriendo el pueblo hasta que uno de nosotros exclamó "¡AHÍ ES!" señalando una pared de bambus pintados de blanco con una puertecita de madera de no más de metro y medio. No tenía timbre... Apenas si había puerta. Tocamos la puerta y gritamos para que nos abrieran. Vimos que no tenía candado, pero no nos animamos a entrar.

En lo que discutíamos que hacíamos escuchamos el crujido de la madera y el rechinar de las visagras. Detrás de la puerta, no había nadie. De un brinco, un gato sucio y pequeño baja del marco de la puerta y nos voltea a ver, como esperando que lo siguiéramos. Decidimos seguirlo. Pasamos el jardín de hortalizas, bajamos 3 gradas hechas de bloc, pasamos a un costado de la pequeña casa, entre la mesa de cáctuses y algunas plantas medicinales. Llegamos al porch de la puerta trasera y ahí fue donde conocí al mítico Serv del que tanto había escuchado en Villa Nueva, en persona.

Serv era el menor de 9 hermanos y huyó de su casa junto a su novia cuando tenía 18 años con menos 100 quetzales entre la bolsa. Cinco años después vive en un terreno relativamente grande. En medio de todo ese terreno lleno de hortalizas, plantas y masetas hay una pintoresca casa donde él y su novia pasan las noches y los días, leyendo, ríendo, compartiendo, fumando y viviendo la vida que siempre soñaron.

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