martes, 24 de diciembre de 2013

Prototipo macho omicrón

El tigre donde sea es tigre.

Estoy entre un hommie reivindicado y  un  ex-pandillero-OG de virgen tatuada en el brazo, presumiendo su sentencia por "first degree murder". Estoy donde están mis aleros. Las mismas caras y las mismas historias de todo el año, resumidos, reunidos y consumidos en el mismo bar. El mismo bar perdido al final de un laberinto de camiones, calles de terracería y talleres especializados en desmantelar carros. Suena Bronco porque YOLO quise. Porque los hombres tienen derecho a hacer más profundo su dolor, repitiendo las líricas de poetas norteños como un mantra curativo para llorar. Está permitido llorar, si y solo si es con trago en mano para insultar a la mujer que rompió el corazón y las bolas. 

Soy el último en llegar al bar a libar. Verdaderamente admiro a esos poeas norteños que no riman. Estoy sentado sobre la hielera celeste que se le cae la tapa cada vez que alguien me pide por favor o sin favor le pase otra cerveza. Tengo 3 días de no bañarme, mi aliento probablemente todavía huele a whisky y mi pelo está mas alterado que mis hormonas al ver a la única mujer en un grupo de 7 hombres. Nadie lo nota detrás de mis lentes oscuros.

Detesto ser puntual, pero odio más tener que levantarme cada vez que alguien me pide otra lata de cerveza. Cada 3 minutos se convierte en un ritual, casi una danza, donde me levanto, bajo mi cerveza, peleo con la tapa y sacrifico mi mano durante 5 segundos en agua helada para que podamos seguir hablando con fervor y propiedad temas de poca relevancia. 

Me siento con la pierna cruzada sobre la hielera. Observo y escucho a todos como hablan con el mismo fervor sobre la verdad implícita de lo que implica ser hombre: muchas mujeres, mucha comida, mucha bebida. mucho músculo. Ser hombre es reflejar superioridad como poder y proyectar una actitud altamente confiada que resulta ser una pequeña arrogancia necesaria pero no ofensiva ni irrespetuosa hasta que alguien cruce esos límites.

Todas las semanas algún guardia de seguridad, un catedrático, un peatón ordinario o cualquier persona con la que interactúo poco me confunde con una mujer. Otros me han preguntado si ya tramité mi DPI o si terminé el colegio cuando en realidad estoy a punto de terminar mi carrera universitaria. Me han dicho seño, señorita, mamaita y flaca. No me molesta en lo absoluto, sobre todo, si ser hombre implica ser infiel porque esa es la supuesta naturaleza del macho. Ser hombre tampoco es tomar cuandos shots aparezcan frente a la barra y aparentar no estar ebrio. No amenazar con un arma a otro hombre sólo por llevar la camiola del equipo contrario no me va a quitar lo que me hace ser hombre. Las redes sociales afirman que los hombres verdaderos tienen barba y les hacen el amor a sus novias como toros. Es irónico que las mujeres crean que todos los hombres son iguales y sin embargo los primeros en ser descartados son los hombres que no son iguales.

No tengo interés alguno en debatirme el físico con otro hombre dentro o fuera de un gimnasio para saber quién es más fuerte, porque de nada me sirve construir un cuerpo moldeado a la griega si cualquier pérdida emocional me desgarrará el corazón. No aspiro ser el perfecto macho alfa o macho beta porque me considero una especie de prototipo perfecto para etiquetar al macho omicrón (16a letra del abecedario griego. Debajo del promedio pero lejos de Omega)

Demasiado hombre para ser una mujer pero demasiado suave para encajar en el clásico estereotipo masculino. Ser hombre no es cuestión de actitud rex, ni de dominio, poder, casaca, éxito, armas, dinero, deporte, mujeres, fuerza, resistencia o look. 

Tirar culpas por ser hombre o ser mujer estúpido. Parte de la crisis de esta cultura machista no está en la identidad sexual o en los roles, sino en los valores culturales con los que predicamos el ejemplo; y si ser hombre implica ser patán, desleal, poco ético o violento, prefiero seguir siendo confundido con una mujer, un niño o mejor aún, con alguien inhumano.

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