domingo, 10 de junio de 2012

La ciudad del robot (I)

Si fuera un robot... Todo fuera increíblemente más fácil.

La existencia es tan relativa y tan frágil sobre todo en una ciudad como la nuestra, donde las inseguridad está a la orden del día, en todos lados, hasta en el centro de nuestras almas. Como si no fuera suficiente vivir con los hombros tensos y los dientes bien apretados mientras vamos en la calle, esperando regresar a casa en una pieza, sino que hay que lidiar o ignorar una lista de inseguridades personales instaladas desde que somos niños, que gritan por salir en cada situación donde haya que tomar decisiones importantes o ligeras.

Por eso prefiero tomar el alcohol bien en serio y mis responsabilidades con poca seriedad. No quiero aspirar a grandezas ni a cocaínas; detesto la ambición y los vicios me llaman para coquetearles sin embargo, en un triángulo amoroso donde está la muerte y la depresión no hay espacio para mí.

No quiero esforzarme, al menos no en una ciudad donde pocos son los que se creen humanos y aún menos los que en verdad son humanos. No voy a esforzarme en una ciudad donde tengo más de lo que necesito, menos de lo que deseo y justo lo que merezco.

Podrían llamarme mediocre con toda razón aunque sé que la mediocridad es el éxito de los que hacemos el mínimo esfuerzo.
Sólo hay que voltear la cabeza para encontrar a aquellas personas que construyen imperios ficticios tan grandes como su charlatanería, donde todo está lleno de riquezas, logros, éxitos y son tan inmensos que el único lugar donde podrían caber tales imperios son en una imaginación tan pequeña como la de ellos.

Los ricos evaden, los pobres evaden y termina pareciéndonos tan natural como el terreno baldío de Petén.
Todos los meses algún grupo de inconformes tratará de sorprendernos bloqueando las calles en señal de manifestación, ofreciendo toda su mediocridad y a cambio de soluciones tan utópicas como la paz en las zonas marginales.

Y se vuelve tan cotidiano una manifestación como un cuerpo descuartizado en una bolsa negra. Se vuelve tan normal la ira como los cielos grises de junio. Nos va pareciendo tan común un ambiente sin suelo para sembrar, sin agua para tomar y con lluvias tan espesas como el odio, la frustración y la hostilidad que carga la atmósfera de casas, oficinas, carros y buses.

En esta ciudad hay amor y hay drogas, personas drogadas de amor y personas amando las drogas. Quizás no sean tan diferente si el amor es la droga; los cariños las dosis; el enamoramiento la adicción y la ruptura el síndrome de abstinencia, al final, quienes nos enamoramos o drogamos lo único que buscamos es engañarnos para vivir en un mundo fantástico, menos gris; lleno de colores. Por suerte yo soy tan mediocre y tan poco ambicioso que me conformaría con ver esta ciudad sin baches.

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