jueves, 28 de junio de 2012

La ciudad del robot (II)

Si pudiera ser un maldito cínico desalmado que ronda con siniestras intenciones entre la piel y los huesos fuera más fácil.

Surfear la cotidianidad y la rutina, esquivando desamores, desilusiones y fuertes sentimientos humanos. Ser simplemente un maldito robot que no se quema por dejar hasta la última gota de creatividad limitada por la mediocridad voluntaria de sus jefes. Sin quejarse de la idiosincrasia torcida que sostiene a la clase media.

Nada. Ser aquel supuesto que hay que ser, sin comer, ni dormir, ni preocuparse por los gustos o enterarse de los gustos de los demás. Abosultamente nada, simplemente un montón de hojalata y circuitos representados por un número que sea exactamente TODO lo que nuestros padres, profesores y estrellas rebeldes de televisión esperan que seamos. Difícil de creer que las nuevas generaciones sean moldeadas con una cantidad mínima de valores, como si los estuvieran preparando para ser robots padres de familia que trabajan todo el día en una oficina sin venitlador.

Que el futuro, el miedo y la incertidumbre sean variables tan fáciles de despegar como el chicle debajo de un escritorio.

Pero no puedo... Sigo siendo un simple humano que se emociona con un mensaje de texto, se ríe con un chiste, se paraliza con una canción o se enoja con la gente estúpida. Si tan sólo fuera un robot, todo fuera más fácil.

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