miércoles, 3 de julio de 2013

Los tesoros del Guarda (I)

Ahí hay parqueo seño (ignoré que me dijera seño). Joven, bien cuidado, lavado y lustrado, hasta la 1. Para ser invierno, el día estaba soleado y espeso. No me importó estar con suéter mientras el sol aplastaba mis ánimos de caminar y estimulaba las ansias de combinar ceviches o chicharrones con micheladas. Chilero.

Las vendedores detrás del mostrador se abanicaban con hojas de NuestroDiario viejos ["FRUSTRAN ASESINATO"] y hacían boca de Popeye para soplarse la frente. Me estacioné frente un puesto de granizadas y empecé el ritual: Apagar motor, apagar radio, desmontar carátula, cerrar sunroof, doblar espejos, abrir guantera, guardar todo, desabrochar cinturón, listo. ¿Va a querer lavado? Se lo dejamos nítido, le podemos quitar el amarillo de sus 'silvines', eso activa la intensidad de su luz a la hora que vaya en la carretera en la noche. Si tuviera la mitad del talento que ese niño y su papá tienen para vender, probablemente mis negocios fueran negocios y no proyectos en eterna construcción. 

Tenía la certeza que llovería más tarde. Desde que llegué estaba en un éxtasis tal, que sin pensarlo o regatear, invertí los primeros 15 quetzales en una lavada que no llegaría intacta al día siguiente. En otra sabia decisión financiera, gasté los 5 quetzales vuelo en una granizada de limón. Los tiempos son difíciles y las historias fascinantes: nunca esperaría de quién me ofrece una de las mejores granizadas del Guarda sea un licenciado en leyes. Hacía mucho no comía una granizada de limón, ni veía la humildad en los ojos de un trabajador digno. Revolví con la cucharita plástica el consomé entre todo el hielo y recordé la última vez que había comido una granizada de limón en El Salvador.

Uno de mis mejores amigos —quizás el mejor de todos mis camaradas, o el único verdadero compinche— se ofreció como guía de las enredadas calles del Guarda. Sabiendo lo mula que soy, me explicó con toda la paciencia del municipio cómo llegar al Guarda. Sé con certeza que de no ser por él, seguramente ya estuviera muerto, preso, herido, perdido o secuestrado. Y a pesar de ser tan buen camarada, me distraje instantáneamente pensando en la fascinante "relación cuántica" entre las granizadas de El Salvador y las del Guarda con el surf y las oportunidades.

Estando en El Ssalvador, fui a una playa de surfistas. Las oportunidades son como las olas. Hay olas grandes y olas pequeñas. Nosotros somos surfistas en un mar de oportunidades. Algunas son buenas, otras son malas y si no sabés reconocerlas, es probable que alguna oportunidad te arrastre hacia el centro de la nada, igual que un alfaque. Seguí pensando en más metáfores y analogías con el mar y las oportunidades. Ahora tenía lógica porque un abogado había puesto una carreta de granizadas en la esquinas más transitadas en uno de los mercados más famosos de la ciudad.

Avancé 2 cuadras y sobre la banqueta, un viejito sonriente en harapos y gorra azul, vendía tarjetas masacradas con Photoshop. De reojo vi una que decía "tu amistad es el mejor tesoro". Esa señal pintaba que estaba a punto de toparme con un mundo de tesoros y oportunidades inmersas en la genialidad de la mera cultura popular.


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